domingo, 28 de septiembre de 2014

Santiago Sylvester
















(disposición  de los mapas)



La seducción de los viejos mapas: países amarillos, blancos o
     verdes según el azar: ríos azules, los puntos cardinales
     que tal vez sean necesarios, y el mar poblado de endriagos.

                                     Por ahí
deambula lo arbitrario: gigantes, hombres con la cara en el pecho,
     tribus enteras alimentadas con el fruto del olvido:
lo monstruoso está dentro del orden: son demostraciones
     del poder divino, que es quien sabe cómo se forma la
     hermosura del mundo.
No significa nada que todo eso ya no exista: prodigio es lo
     que sobra.

Se ve el avance de los glaciares sobre tierra firme: márgenes
     donde los animales dejan sus iniciales
y el mar lo simplifica todo.

Las civilizaciones, rebosantes de huellas, conversan hacia
     atrás: no a través del tiempo muerto sino
de los gestos cotidianos,
que si se los considera a todos tienen el mismo peso que el
     planeta.

                         Desde aquí
se ve a dos hombres atareados: uno está vivo, el otro muerto;
y remotamente, en los límites de la cristiandad, alguien
     acierta con lo inesperado: o se lo espera, o no llegará.

Ahora el mapa se ha ampliado: se conoce la trastienda del
     genoma, la entretela de la biología: llegan mensajes
     instantáneos, tecnología incorporada a nuevo
     paganismo.
Y conviene saberlo: un conocimiento sin agilidad fracasa.

Que la curiosidad no se distraiga: que mire, compare y traiga
     lo que no tenemos:
en eso consisten los mapas: fragmentos disponibles que
     sacan la cabeza
y todas son formas de llegar a la tierra.







(peripecia del cuerpo)



El cuerpo es exigente: reclama, ofrece prestaciones, y ahora
     me doy cuenta de que elige sólo a medias:
                                                                            sin embargo,
en él está lo que gano y pierdo: vértigo de lo que llega,
descarte de lo que sobra y
perpetuamente sobrará.

                                            La memoria
forma parte del cuerpo: no difieren naturaleza y cultura: todo
en este caso es todo, pero no con el fastidio ontológico sino
con la contundencia del verbo estar.
                                                            La voz, el entusiasmo
forman parte del cuerpo como la mirada forma parte del
     ojo: no hay separación que valga.

Un cuerpo sano o enfermo es igualmente cuerpo, incluso
     la cicatriz;
la caída de un diente, un moretón son tan cuerpo como la 
     punta de los dedos:
hasta lo que puede ser cortado, uña, pelo o pellejo, que es
donde más se esmera porque ahí
puede desaparecer.

El enigma que circula por el cerebro, lo intenso del tendón
y resueltamente el sexo: cada tarea
pregunta qué vino mi cuerpo a decir de mí, cuál es la
     justificación que me rodea:
el cuerpo, el exigente.

                                    Con él
me siento en confianza, no sé si en calma:
un ojo cerrado, el otro abierto,
como el animal que se tiende al lado de su dueño, y se duerme,
y sospecha que por ahora todo está bien.




De Los casos particulares, Ediciones del Dock, 2014.














 



jueves, 25 de septiembre de 2014

Elba Serafini





I

Noche de inmenso cielo
no lo veo más
que a través de la ventana
de la cocina
cuando voy a buscar
algo para comer.
Un viento fuerte del sur
hace caer los cables
que se unen al carrillón
y a más cables
en rítmico devaneo.
Nerón equilibrista los mira
sin dejar de rugir
por la presencia
que lo aleja de mi lado.

¿Qué hacer con la ansiedad?
preguntaste.

Si estuviéramos en el desierto
diría que se avecina
una tormenta de arena.







VIII

La cala tiene flores nuevas, las cañas
doblan sus ramas siguiendo al viento,
a ese viento que también se lleva un nombre
y llueve,
para que yo no tenga que salir a regar.








VI

Sobrevolando la idea
de estar arriba del mundo
o debajo de las sábanas.
Entre aceptar ese lugar cotidiano
que nos contiene en lo seguro
o elegir un ascenso
a la extensión del cielo.

Y ahora, a quince mil pies de altura
aunque las sábanas inviten
a placeres considerables,
la cercanía con las estrellas
deslumbra cada vez más.







V

Todo sucede en la espera,
en el tiempo que transcurre
mientras un hijo crece
o un aguacate da sus frutos
y aún así parece que nada pasa.
Es invierno y pienso en los días
de sol rojo, de cielo rutilante
hasta la impaciencia.

¿Alguien, además de una madre
conoce el pequeño escalofrío
que hay en la abnegación?

cruje el hogar
hace su despliegue incandescente
y sin embargo
todo abrigo no alcanza
para empezar el día.







De El lugar en el que estábamos, Viajero insomne, 2014.