domingo, 20 de julio de 2014

Verónica Pérez Arango






Las fotos que saco desde que soy chica mienten
la luz y el color. Todos saben que los cuerpos
pueden estar adentro o afuera del choque
entre las cosas. Mis imágenes registran algo
que se desvanece como mi cara
a medida que cambia la intensidad del sol.

La figura de un día completo en las rocas
se pega al costado de la lisura del mar
donde la sombra no coincide con la forma
de las cosas. ¿Cuánto tiempo hay que esperar
una ola? –Es difícil decirlo –dicen
mientras todos miran el vaivén

La ola salpica y detiene otra vez este tiempo.
En las piernas de los bañistas, el agua
se queda quieta y quita las marcas del pespunte
sobre los pelos ahora alisados por el efecto
que cambia de acuerdo al lugar del bañista en cuclillas
en el borde de un lado o de otro de la lisura del mar.

Cada gota detenida por la sequedad de la piel
es un espejo mínimo donde van  a beber los animales.

Si las gotas caen, se perfora la arena.









Un letargo vive
estos días el niño. Escondido
bajo la frazada deja el cuerpo
quieto como si ya no viviera,
los párpados pesados
no comunican los senderos del agua
ni alimentan las imágenes que pasan
velozmente como caballos desbocados
que vienen a salvarlo.





De Un dibujo del mundo, El ojo del mármol, 2014.