viernes, 15 de marzo de 2013

Bruno di Benedetto






Materia oscura

 
Lo crédulo del ojo flota en la pura tensión superficial:
como un mosquito que camina en el agua, la mirada
no entiende ni la profundidad ni la fórmula del mundo:
una parte de luz diluida en noventa y nueve de sombra.
El ojo es flor carnívora que creció equivocada: muerde
lo que no hay, y su dentellada engorda el ojo del amo.
Encandilados por esta fracción de luz, vamos de tumbo
en tumba, pero es lo oscuro, su hambre gravitatoria,
su vocación de grumo, lo que dice cómo y dónde caer.
Ceguera, ceguera, ceguera. El resto es lo que somos.






Virtual

 
Por el alma de cobre de los cables un fantasma
recorre el mundo: fosforece el botón de nácar
en las pantallas de cristal líquido, ese río vertical
en el que te bañarás dos veces. El ojo es todo fibra:
cuerda de violín tensada por la luz, violinista loca
que frota su arco de crin de caballo sobre el nervio
óptimo, en una curvatura que es la distancia menor
entre tu punto ciego y el mío. La boca que no está
le habla al oído que no escucha: un cortejo musical
de las palabras que van diciendo su pequeña muerte.





Construcción  del espejismo

 

No es indispensable un desierto.
Se puede prescindir sin pena de beduinos y  palmeras.
Alcanza con una superficie plana recalentada al sol,
aire frío sobre aire caliente, un rayo de luz quebrado
y torcido por la anomalía, guardar la debida distancia y ya:
se confunde eso que llamamos cielo
con agua que te ha de salvar.

(Un espejismo está hecho de cosas que apenas existen
dispuestas en el orden correcto y en línea con tu ojo.
Lo que da realismo al conjunto es la agonía de tu sed).










(inéditos)






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