lunes, 28 de noviembre de 2011

Paulina Aliaga


Arde sutil exacto


La flora vale la flor

                                    la gota vale

el segundo que sabe penetrar

y el hombre

no atiende más que a su infame
secreto individual.

Y se sonroja
si recuerda la cornisa de los pájaros

y su poca de razón
de cisne





La pequeña querida


En el espacio de la gran casa,

allí, en la calma

de la mesa servida,

desearía entibiar la muerte

y preguntarte, pequeña querida,

¿cómo se honra la espera

cómo se divide el tiempo

del amor

quién te enseñó la impunidad?




Húmedo manjar de estaciones


se desollan corazones
de a uno

hasta encontrar el cuenco
que mejor sirve,

-según lo entienden las manos
y entre los huecos que quedan-         
para guardar el niño
las flores
las mentiras
                        piadosas.
Uno
desolla
lívido
hasta aprender
a ser otoño, dulcemente

a deshojar, y en cueros

se persigna

y ruge en su centro

esculpiendo con la premura
de la inminente intervención
del tiempo

el tronco deshojado
que revela
siluetas
informes.

Son esos cuerpos desnudos
del otoño
                   su belleza,
húmedo manjar de estaciones
que hará silbar
el viento entre sus hiatos

entre sus años huesudos

la pompa fúnebre
del mundo gris





Bestiario todos tenemos uno


Joven oveja teñida de perplejidad
atarme a la palabra
labradora
de los escenarios vacíos

de la práctica
práctica
de las almas,
                        musa de la mente

dale a su cuerpo la meta
en forma de pichón volador.

Así me va cobrando la vida.

En los misterios.

Agua hambre lumbre
sueños de bambú
                                  no visto
aguanten las mareas
mi hambre
                     el de mi cuerpo
bagre del fondo,

hermano mío.

El río costea la educación
de las almas nobles
el agua pasa
rutera
por la vertiente de la garganta
de mis hermanos
de savia

el campo habla malheridas canciones
para no sentir
la marejada

en la carne